Una
antigua canción revolucionaria entona “La
vida no vale nada si escucho un grito mortal y no es capaz de tocar mi corazón que
se apaga, la vida no vale nada si ignoro que el asesino tomo por otro camino y
prepara otra celada, la vida no vale cuando se agrede a un hermano cuando supe
de antemano lo que se le preparaba….” Pero creo que esa canción toma valor
no por revolucionaria, sino por la tragedia que agrede a nuestra ciudad y en
especial a la familia URBE, dos hermosas vidas se diluyeron ante manos y
hombres los cuales sin el mínimo sentido del amor de Dios, pensaron que la actuación
por la violencia era su forma más adecuada de existir, dos circunstancias
nefastas para estas almas, la delincuencia y funcionarios policiales con
procedimientos escapados de ley. Dios les perdone.
Pero
no podemos seguir siendo simples observadores de la situación, no podemos dejar
que esto siga siendo el eco de la violencia que ha venido a empañar una
sociedad de hermanos como éramos los venezolanos, no basta con encerrarnos por
miedo a los demás, no es necesario tampoco asumir pensamientos más violentos
que los que ya hoy nos dañan y ofenden, pero debemos asumir nuevos roles, donde
los cuerpos de seguridad comprendan el papel que tienen, en lugar de creer que
pueden ser cual grupo de pistoleros prestos a enfrentar toda insurgencia.
Por
otra parte, la dificultad de la vida no puede justificar la delincuencia en
ninguna de sus formas, como acabar con
una vida llena de tantas ilusiones, como arrebatar la felicidad a unos padres,
como generar la fría mirada a un cuerpo sin vida. Donde están los hogares de
esas personas, es que acaso la falta del mismo les lleva a convertirse en
maquinas del dolor ajeno. La delincuencia ha comenzado a decidir por donde
deben transitar los ciudadanos del mundo, no bastan las leyes ni las prisiones,
hacen falta valores para que los hijos sean de correcto proceder, pero como
lograrlo cuando tenernos un Estado capaz de reconocer que el delito se
justifica ante la necesidad; entonces la batalla está en la necesidad de todos
y no en la de un sector disfrazado.
Me
pregunto, donde están esos hombres y mujeres que ayer fueron dignos de respeto
y consideración, donde están esos hijos de la patria quienes guardaron la
integridad de otros por encima de su propia vida, donde están esos directores
policiales que eran rectores del saber y las ciencias policiales, donde están esos
funcionarios que con su valentía y profesionalismo pudieron controlar el
delito, donde están tantos expertos policiales fundadores y formadores de la
verdadera policía.
Es que
acaso no se dan cuenta, que la forma atroz como se sucedieron los últimos hechos
solo nos siembra desconfianza de los cuerpos policiales, eso no es lo que deseo
promover, por el contrario, necesitamos que hechos como estos se repudien desde
las más altas posiciones del Estado, que se asuman responsabilidades, pues
nuevamente lograron herir a la patria quitando dos vidas emprendedoras y llenas
de tantos sueños. Necesitamos que v la confianza para que los cuerpos de
seguridad sean dignos de nuestra consideración y respeto, necesitamos que en
este país la meritocracia distinga a estos funcionarios y a sus directores, y
que su sencillez y humildad no se demuestre tan solo por portar un color y un
arma.
Mi corazón
al igual que el de la comunidad de URBE y de nuestro estado siente pesar por
esta irreparable pérdida, no sabría que palabra utilizar para pedir a Dios por
esas familias a las cuales le arrancaron esas preciadas vidas. No es hora de
esconderse, es hora de que la conciencia invada a la sociedad, no basta con
comentar, por eso nuestros gobernantes deben ir mas allá de un vano discurso político,
demuestren que Venezuela somos todos y por ello merece respeto a la vida así
como al cuidado de la misma en los cuerpos de seguridad. Dios les perdone sus
fallas e ilumine sus corazones para una conversión de verdad.